lunes, 1 de diciembre de 2008

13 años, 98 días y media noche

Hace 13 años, 98 días y media noche le hablé por última vez, me preguntó: "¿Es tu última palabra?" yo le dije: "Sí, chao" y se acabó.


Es raro pero cuando una tiene 13 años le parece que todo es definitivo, en ese momento lo era, pero tantos años después me doy cuenta de que esta historia aún no ha terminado de escribirse.


Yo tenía 12 años y varios meses, acababa de salir de la escuela y creía que tenía el mundo en la mano. Alejarme del cuido de mis padres para poder ir a experimentar un nuevo mundo en el Colegio me abrió un abanico de posibilidades.


Empecé a conocer tantas personas como pude y pronto me hice de mi grupo de amigos. Las feministas tienen razón en mucho de lo que dicen, pero a mi un hombre caballeroso siempre me mata, ni modo así es.



Él, siendo sincera, no tenía nada de particular, excepto esa casi obsesión por tratarme bien y eso para mí fue una trampa. Sentirme bien en su compañía y la rebeldía de la naciente adolescencia me impulsaron a aceptar una relación que, si alguien me pregunta, nunca entendí.

Lo quise como se quiere a un buen amigo, aunque de amor no hubo nada. Ahora lo entiendo, pero hace años no era así, por eso no supe valorarlo y lo arruiné todo.


Si pienso en las grandes historias de la humanidad siempre hay un chismoso y esta, aunque humilde, también lo tiene. No faltó quien le dijera a mis padres lo de mi "noviazgo" y ahí acabó todo.


De repente, me vi obligada a tomar una decisión: "el novio o el colegio" -sentenció mi mamá con severidad-, mi papá ni siquiera quiso hablarme.


En realidad ni siquiera lo pensé, él siempre estuvo en segundo plano, así que decidí acabar con todo de una vez: lo cité, le hablé despacio pero convencida, casi no le di tiempo de reaccionar (él siempre me convencía con su insistencia para todo) así que lo dejé con la boca abierta y los ojos "vidriosos".


-Lo he pensado mucho y quiero decirte que ya no siento lo mismo por vos.


-¡¿Qué?!


-Sí, la verdad ya no te quiero igual y prefiero que terminemos aquí.


-¿Pero, por qué? qué hice? que pasó?


-Nada, no es culpa tuya, soy yo, son mis sentimientos.


Palabras más palabras menos, prácticamente hablé sola, él se limitó a escuchar y llorar. Yo nunca había sido tan fría, tan insencible.


"Se acabó" me dije a mí misma, ya no más. A partir de ese momento, hice todo lo necesario para demostrarle a mis papás que ya no había novio: cambié de bus, de ruta, de horario, quemé las cartas, las tarjetas, los papelitos, todo (excepto el peluche y los poemas, no tuve valor), hice todo lo que una adolescente inmadura podría hacer para alejar al chico que la sigue, sólo para tener una respuesta, una razón.


Lo único que no cambié fue la relación con nuestros amigos comunes, más bien mejoró; él en cambio decidió alejarse, recluirse. Nos dejamos de hablar, era lógico. Nunca podré dimensionar el daño que le hice, ahora lo sé.


Una noche recibí un mensaje de texto en mi celular, a decir verdad, hace años que lo estaba esperando. 13 años, 98 días y media noche, tuve que esperar para empezar a saldar una cuenta pendiente.


Hoy no somos amigos, aún no aspiro a eso, pero al menos nos saludamos y muy de vez en cuando, intercambiamos un mensaje de texto genérico, de esos que se envían los amigos para calmar el peso de conciencia por no verse.


Sé que él pregunta por mí y se interesa por saber cómo estoy, yo lo agradezco y de corazón lo admiro, tal parece que él sabe perdonar. Yo en cambio, no puedo olvidar.


No olvido que fue mi primer novio, mi primer beso, el primer cariño sincero... no me arrepiento de lo que hice, pero sé que no lo hice bien. Hoy, después de tantos intentos fallidos, no puedo más que sonreir, las segundas oportunidades si existen, lástima... "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos." Pablo Neruda

lunes, 11 de agosto de 2008

POR HILDA


Casi no conocí a Hilda, pero supe que era una buena mujer cuando la ví por primera vez. Tenía una sonrisa limpia y sincera, como la de esas mujeres que no tienen miedo a querer.
La vi bailando bajo una cascada de luz azul y tuve la extraña impresión de que cuando bailaba su espíritu se desprendía de su cuerpo.
Hilda era una mujer enamorada (como tantas), tenía sueños planeados y cumplidos (como muchas) y alguna vez dio todo por amor (como todas).
Muy joven aún ya había cumplido dos grandes retos: hacer una carrera en danza y formar una familia.
El hombre que escogió para que la acompañara a vivir el resto de su vida le dio unos meses de felicidad, unas semanas de duda, unos días de tristeza, unas horas de dolor y se robó para siempre sus últimos minutos de vida...
Hilda, como tantas mujeres, fue engañada por su marido.
Ella supo de la traición por la boca de la amante de su esposo, ella misma fue a su casa a contarle todo, a clavarle como un puñal, una verdad que tal vez nunca quiso conocer.
No sé qué dijo, qué sintió, qué esperaba el marido, la verdad aunque lo supiera no lo escribiría, no merece ni una línea.
Hilda no soportó la verdad, el dolor fue tan grande que se materializó en su sangre, en su corazón, en su cerebro... de emergencia fue trasladada al hospital con un aparente derrame cerebral, luego vino la muerte neurológica... y la paz.
Hilda no pudo decidir por sus últimos minutos de vida, su marido lo hizo por ella.

Esta historia me llegó por terceras y cuartas voces, no tengo todos los detalles y tal vez nunca los tenga, pero la historia de Hilda no puede quedar en el olvido.
Los culpables no pagarán legalmente por una muerte injusta, pero en la memoria de quienes conocimos a Hilda no tendrán descanso.
Ninguna mujer debería morir por culpa de un hombre, ninguno lo merece.
La violencia doméstica es una realidad que nos aplasta, pero además, hay otras formas de matar a una mujer: el dolor de una traición es una muerte con tortura.
Hasta cuándo nos matarán los hombres que amamos???
Hasta el día en que nosotras decidamos que ya no son nuestra vida.

lunes, 28 de abril de 2008

¿CÓMO DECIR TE QUIERO?


Me mandaron este poema por mensaje de texto, lo busqué en Internet y apareció en un blog llamado jetchiki. Me pareció tan hermoso que quiero compartirlo con ustedes:

¿CÓMO DECIR TE QUIERO A TRAVÉS DE LA DISTANCIA?
¿CÓMO HACERTE SABER QUE ESTOY PENSANDO EN TI Y QUE ME HACES MUCHA FALTA?
QUISIERA ENCONTRAR UN ANGEL O QUIZÁS UN AVE ENCANTADA,
QUE CARGUE TODOS MIS BESOS Y LOS ESPARZA EN TU ALMOHADA.
¿CÓMO ENCARGARLE A LA BRISA, QUE AL PASEAR DE MADRUGADA,
LLEVE HASTA TI MIS CARICIAS Y LAS ABANDONE EN TU ESPALDA.
¡AY SI PUDIERA CON ESTRELLAS ESCRIBIR ALGO EN EL CIELO Y QUE TÚ, AL ALZAR LA VISTA, PUDIERAS LEER: TE QUIERO!

martes, 1 de abril de 2008

Le pido su renuncia

"Le hago una cordial invitación a renunciar", esta es la frase preferida de nuestros queridos hermanos Arias.

Primero Kevin Casas y el célebre memorando, ahora el angustiado Berrocal y la famosa lista de políticos relacionados con las FARC. Parece que cuando algo incomoda al Gobierno no dura mucho.
La estrategia de los Arias es simple: se les cuela un escándalo, entonces salen con cara de consternación diciendo que no saben qué pasa, diciendo que este funcionario nos traicionó, se equivocó o lo que sea, pero que lo siguen queriendo porque claro, si lo nombraron es porque es capaz, conocedor, etc.
El funcionario en cuestión sale desmintiendo o enredando lo que dijo antes y agradeciendo al Gobierno por su apoyo y por la confianza.
Pocos días después nos "sorprenden" con una renuncia, de preferencia un sábado o domingo como para no tener que dar muchas declaraciones y pare de contar.
O sea que los escándalos aquí se acaban con renuncias obligadas o despidos solapados. Pero que bonito!


¿Alguien sabe donde anda Kevin Casas?
No, ninguno de nosotros sabe porque Kevin ya pasó de moda y a los medios de comunicación tradicionales no les interesa si el famoso memorando le arruinó la vida o por el contrario, se la mejoraron ubicándolo en una empresa reconocida o en otro país en un buen puesto, lejos de las argucias de la política.
Pues ahora le tocó a Berrocal. ¿Qué pudo ser tan terrible para que el Gobierno prefiriera el escándalo de botar a Berrocal, antes de que hablara sobre la famosa lista?

Definitivamente han de tener una buena razón, porque Berrocal ha sido “compa” de Rodrigo Arias desde la U y durante la campaña política podía vender su alma al diablo con tal de que Oscar lograra la presidencia. ¿Qué pasó entonces? ¿Será que vendió su alma de verdad?

lunes, 18 de febrero de 2008

"El amor echa fuera el temor"

Pocos protagonistas pueden jactarse de haber dado título a la historia que les dio vida, Rebeca es una de ellos.
En un lugar de Costa Rica, donde se vive el ardor y se respira el aliento del mar Caribe (a pesar de que la cédula de los oriundos dice que aun ahí es Cartago), Rebeca, joven mujer de 25 años, delgada, con la piel coloreada por el sol, se sienta en el piso del corredor de su casa a contemplar el espacio donde hace tan solo unos meses existió un colorido jardín.
El jardín de Rebeca tenía de todo: rosas, margaritas, flores de muerto, matas de café, vástagos, lirios y una cantidad de flores irreconocibles que aportaban color al caos de la fachada.
Pues, de un plumazo el jardín desapareció.
Ahí estaba Rebeca, contemplando el jardín que ya no está. En sus manos se puede ver un espejo redondo, en su luna nunca se ven reflejadas las pobladas cejas que enmarcan los ojos de Rebeca, no, ella finge, nunca se depila las cejas, ni siquiera se mira en el espejo; si Elena, su madre, fuera más observadora, vería que las cejas siempre están pobladas, que el arco nunca ha estado definido. No, Rebeca nunca se ha mirado en ese espejo.

Del otro lado del río.

Armando es joven, más de lo que parece, pero el sol es cruel y le ha sumado algunos años, los mosquitos no duermen, lo persiguen como una penitencia a donde vaya y las cajuelas de café en su espalda pesan cada vez más, aunque valen menos; su bigote, apenas punteado, le da un aire a retrato antiguo y le suma unos años más.
Un día Armando sale de su casa, cuestión nada fácil pues debe salir a caballo, dejarlo a la orilla del río, cruzar el río por el andarivel y caminar 7 kilómetros para llegar a la orilla de la calle por donde pasa el bus que lo llevará a su destino. Pero, este es un día diferente, Armando sabe que el viaje vale la pena, un destello de luz en la mañana se lo confirmó: "hoy es el gran día".

De este lado del río.

Es el año 2007, pero Rebeca no puede salir sola de su casa, en su cuarto se dispone a dejar todo acomodado, mientras aparece la tía que la acompañará a hacer los mandados. Su papá y su hermano se encuentran en la finca trabajando. Su madre en la cocina, preparando el almuerzo, Rebeca nunca participa de esa tarea, su padre dispuso que no aprenda oficios domésticos, "porque al rato y se le pueda ocurrir casarse... si al hombre se le llega por el estómago, ningún tonto se interesará en ella.

A Armando le gusta cocinar.

La tía se tarda más de lo esperado, pero Elena no puede estar sin su medicina, decide arriesgarse y pedirle a Rebeca que vaya sola a recogerla, pero debe regresar pronto, antes de que su padre vuelva del trabajo, si la encontrara sola en la calle, podría repetir aquella escena que todos quieren olvidar.
Rebeca saca su espejo para retocar sus cejas por última vez antes de irse.
Se despide con prisa, con el valor que da una última oportunidad, correrá los cuatro kilómetros que la separan de la carretera principal con tal de no ser descubierta.
Armando camina con rapidez, casi corre, casi vuela, si su primo le hubiera prestado la moto todo sería más sencillo pero hoy no, ni modo. Mientras, su mente está muy lejos, a más de un año de ahí.

El principio.

Era un día muy caluroso, como todos en ese pueblo, en la misa mensual no cabe un alma más, pero Armando se resiste a salirse de la iglesia sin la bendición. El sacerdote hace una inesperada pausa antes del esperado “podeis ir en paz” para dar la palabra a una joven, la mujer tímidamente alza la voz para invitar al pueblo a la próxima graduación de la escuela.
Armando frunce el ceño, no escucha bien y además no entiende cómo puede sobrevivir esa mujer dentro de su sauna portátil: un vestido de pana verde, desde el cuello hasta los tobillos.
A la salida de misa, Armando se acerca a la chica con cierta curiosidad, ella habla con otras mujeres pero Armando irrumpe en la conversación.

- Disculpe, ¿ A qué hora es la graduación?

Rebeca no entiende porqué todo el mundo se mete en su vida, ninguna decisión ha sido nunca suya. A su alrededor las vecinas se disputan por decidir cómo se hará el acto de graduación, nadie parece recordar que ella es la maestra de ceremonia oficial designada directamente por el maestro, solo ese joven que se dirige a ella: - Disculpe, ¿ A qué hora es la graduación?
Roja de vergüenza, Rebeca se percata de que no dijo la hora del acto de graduación en su aviso parroquial.
Mientras, Armando expectante contempla su rostro enrojecido, sus cejas pobladas, sus ojos tan despiertos, sus labios tan rojos... que se abren para decir, con un hilo de voz: “ a las cuatro, en el comedor de la escuela”
En ese momento, María, la tía de Rebeca, interrumpe para preguntarle a Armando por su familia, al parecer unos viejos conocidos, Armando responde sin prestar mucha atención a lo que pregunta la tía, él no puede dejar de mirar a Rebeca, le sorprende como en tan pocos minutos su expresión pasó de vergüenza a sorpresa, ahora pálida, Rebeca contempla la conversación desde el limbo de sus pensamientos.
María, la tía, se percata del descarado interés de Armando en su sobrina, y con una pregunta despierta a los dos de su trance:

- ¿Ustedes se conocen?

Armando nunca dejó de mirar de esa forma a Rebeca, ni en la graduación, ni en misa, ni en las pocas ocasiones que se cruzaron por la calle polvorienta, sentía una profunda curiosidad por conocerla, por preguntar, por entender... pero no era fácil.
Se las arregló para acercarse, para evadir a la tía omnipresente. Para cifrar sus sentimientos, para compartir sus pretensiones.
Pero, Rebeca no daba respuestas concretas, solo una:

- Tiene que hablar con mi papá.

Ese día Armando no se esmeró en su apariencia, más bien dedicó todo su tiempo a ensayar sus palabras, sus gestos, sus argumentos. Llegó a la pulpería de José, el papá de Rebeca, con el único bien que tenía: su valor.
José escuchó al recién llegado sin mover un músculo. Armando terminó su petición y esperó en silencio, el segundo inmediato fue eterno, José se acercó tanto a su cara que podía ver perfectamente las manchitas amarillas que inundaban los ojos verdes desteñidos y coléricos de José.
- No gracias, todavía puedo mantener a mi hija. Fue la única respuesta de José, luego giró sobre sus talones y desapareció por la puerta.

En la guerra y el amor... todo se vale

La vigilancia de la tía fue redoblada y las salidas a la calle disminuidas, pero nada paraba la constancia de Armando, cualquier persona podría ser un mensajero, las cartas de amor iban y venían, la redacción no era la mejor, pero los sentimientos siempre fueron claros. Pronto el papel dejó de aguantar el peso y Armando pasó de las palabras a los hechos. En la última carta planteó una cita y una estrategia.
Rebeca esperó a que se apagaran todas las luces de su casa, sin hacer ruido se cambió de ropa, se maquilló y se arregló como nunca, no había terminado de perfumarse cuando escuchó un pequeño golpeteo en su ventana, corrió la cortina y encontró del otro lado una sonrisa cómplice.
A partir de ese día, Rebeca y Armando siguieron viéndose a escondidas, en la oscuridad de la noche. Armando se escurría por la plaza del pueblo hasta internarse en el frondoso jardín de Rebeca. El golpeteo en la ventana detenía por unos segundos el corazón de Rebeca que se desbocaba luego cuando corría la cortina.
Por la celosía abierta, se juntaban un tanto incómodas, sus manos. Armando aprendió a acariciar las manos de Rebeca con una delicadeza que antes no conocía, memorizó cada uno de sus detalles, tanto que podía dibujarlas con los ojos cerrados. Ella era feliz solo con la posibilidad del contacto, solo con saberse correspondida.
Así pasaron meses, conociéndose, contemplándose entre las rejas de las ventanas, contándose su vida a susurros, en la penumbra de la noche tomados de la mano.
Un golpe sordo los sobresaltó, Armando pudo ver la silueta de José, que se acercaba con un gran cuchillo en la mano.
Rebeca gritó primero a su padre para que no lo hiciera y luego a Armando para que escapara. Para Armando el tiempo se congeló, miró como José salía de la casa, el cuchillo afilado destellaba, pero ni siquiera se movió, vio su tono amenazante pero no escuchaba lo que le decía, de pronto el llanto de Rebeca que le rogaba que se fuera lo sacó de su limbo, con un movimiento involuntario le dio la espalda y empezó a caminar despacio, sin miedo, sin prisa. José se detuvo en el último momento, la rabia y el desconcierto por la actitud de Armando no lo dejaban pensar. Rebeca miró por la ventana como Armando se alejaba y ahí decidió que no lo perdería.

La esperanza es lo último que se pierde.

Por primera vez Armando no supo qué hacer, no podía renunciar pero no sabía cómo seguir. Decidió esperar sin saber muy bien qué esperaba.
Rebeca tuvo que cambiar de cuarto y por primera vez en su vida faltó a la misa mensual. El jardín se empezó a secar.
Así pasaron dos meses de piedra, el nombre de Armando no se volvió a escuchar, el mutismo a la hora de la cena era insoportable. Rebeca no dejó de comer, no dejó de dormir, pero tampoco dejó de pensar en Armando.
Con el paso de las semanas recobró la poca confianza de su familia y volvió a salir con María, así supo que fue su tío quien delató a Armando y que él había intentado por todos los medios enviarle cartas, pero la historia del cuchillo ya era conocida por todo el pueblo y nadie quería arriesgarse.
Rebeca fingió que no le importaba y le hizo creer a todos que había olvidado a Armando. Pronto corrió el rumor de que Rebeca estaba enamorada del mandador de la finca, un hombre casado, jefe del padre de Rebeca, un chisme demasiado jugoso como para pasar desapercibido en un pueblo tan pequeño.
La historia de Armando pasó a segundo plano ya nadie parecía acordarse de él.

El espejo

De pronto Rebeca empezó a interesarse por arreglarse en el corredor de la casa con un espejo, pasaba horas contemplándose, peinándose sus frondosas cejas, Elena no entendía esa repentina vanidad y empezó a sospechar que Rebeca esperaba en el corredor para ver pasar al mandador de la finca, eso la llenaba de preocupación pero no sabía cómo planteárselo a su esposo.
Extrañamente Rebeca y Armando empezaron a coincidir en los lugares más insospechados, las pocas veces que Rebeca salió de su casa en los meses próximos siempre se encontró con Armando, pero sus padres nunca lo supieron.
Rebeca y Armando tenían un secreto muy bien guardado.
Todos los días en la mañana, Rebeca salía al corredor con su espejo, allá, del otro lado del río, a kilómetros de distancia un destello respondía.
Nadie sabe cómo, lo cierto es que Rebeca y Armando se comunicaban con espejos. Destellos van, destellos vienen, un código secreto que solo ellos conocen.
Pero nunca falló.
Ese día, Elena necesitaba su medicina, pero María se tardó demasiado. Por primera vez, después de muchos meses, le permitió a Rebeca salir sola de su casa para que fuera a traer la medicina. Rebeca toma su espejo por última vez, con un reflejo apresurado convoca a Armando al lugar indicado, “hoy es el gran día”.
Rebeca se tarda más de lo acordado, Elena no sabe qué hacer, cuando José se entera va a buscarla. En la parada del autobús, José planea el castigo que le dará, pero Rebeca no llega.
En el último autobús aparece una vecina, que trae la medicina de Elena, Rebeca ya no volverá.
Armando no tiene mucho que ofrecer, Rebeca tiene solo lo que trae puesto, pero ambos son libres y eso es suficiente.
Unos meses después, Rebeca corta unas florecillas blancas en su nuevo jardín, en unas horas adornarán el altar de la iglesia donde se celebrará la boda más esperada del pueblo.
La iglesia adornada para la ocasión, estaba abarrotada, sin embargo, el espacio de los padres de la novia nunca fue ocupado.
En el altar, Armando espera impaciente.
Por la puerta aparece Rebeca, radiante en su vestido blanco. Antes de unirse con Armando, echa un último vistazo al techo, ahí cuelga su frase preferida, la que quiso compartir con todos los que presenciaron la boda: “el amor echa fuera el temor”.







Historia verdadera, yo estuve ahí.