martes, 16 de marzo de 2010

Los caballeros las prefieren putas



Me he robado el 90% del título de una serie que pasa por cable, pero la verdad creo que en realidad no es un hurto sino un aporte, ese título hay que actualizarlo.
El hombre moderno no busca la clásica mujer bonita pero bruta, no, los hombres hoy buscan (o más bien encuentran) a una nueva mujer, no tan bonita pero definitivamente inteligente y lo más importante: puta!!!
Sí como lo oyeron-leyeron puta!! con el perdón de las verdaderas putas!!
Hoy el panorama para las mujeres heterosexuales ha cambiado mucho, el hombre fiel es un mito que ya pasó a categoría de leyenda, con la que nuestras madres nos inculcan la esperanza de poder tener una relación o matrimonio estable y hasta duradero.
Tengo la certeza de que no hay hombres fieles y no pretendo ni juzgarlos ni justificarlos, simplemente no existen.
La mujer heterosexual moderna conoce muchos más hombres que las de antes, pero de cada 5 hombres que conoce 2 son gays, 1 está casado o separado, 1 tiene novia y si por casualidad encuentra 1 disponible fijo tiene algo que lo hace descartable y no crean que somos exigentes!! qué va!! el tiempo cuando teníamos para escoger ya terminó.
Por regla general, si un hombre está soltero, joven, es agradable, está solo y no es gay, fijo tiene algo: está loco, es un perro, es violento, machista o sicópata o lo que es peor, te dice que está disponible pero no es cierto.
Ante ese panorama, qué hacer? De los 5 chicos las mujeres por lo general escogen al que está solo, pero pronto se dan cuenta del porqué está solo y terminan huyendo.

La siguiente opción es el que tiene novia, porque, en principio, es más fácil poder llegar a tener algo con este que con los demás, pero entonces caemos en un círculo vicioso donde nosotras mismas somos parte de la infidelidad de la que me quejaba párrafos arriba, y ni qué decir de la tercera opción: el casado, ya este es para desesperadas y no hay garantías de éxito.
Esto sin referirnos a la pobre mujer que le estamos haciendo el daño, a la que seguro le costó bastante conseguirse un hombre con el que al menos se siente bien. Esto se ha convertido en una guerra de mujer contra mujer y los hombres? qué piensan? Ellos solo lo disfrutan, sacan provecho de esta situación, no cuestionan nada, ven a los gays como desertores que les dejaron más espacio para ellos y a las mujeres como un inmenso estante de donde servirse.
Aquí fue donde aparecieron las nuevas putas, esas que no cobran por su servicio, aquellas que mendigan cariño y que están dispuestas a todo con tal de no estar solas.
No son ni buenas ni malas, no hay reglas para medirlas.
Simplemente te roban el novio o el marido y entran en guerra por conservarlo de la otra que viene atrás con las mismas intenciones.
Los caballeros las prefieren putas porque son más fáciles, están en todos lados y siempre dispuestas, ellas tienen hambre y sed en el desierto donde estamos todos.
Las otras: las dignas, las orgullosas, las decentes, las que creen que tienen novio, las casadas, esas, aquellas... están solas.

martes, 2 de marzo de 2010

Elogio de la mujer brava

Hace tiempo que encontré este texto y quiero compartirlo con quienes puedan soportarlo.

Elogio de la mujer brava.


Héctor Abad

A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viragos, marimachos. En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.
La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran "no más usted me avisa y yo le abro las piernas", siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo, y se quedan a medias).

A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan, y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan, y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio, y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa, y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.

Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran jartas por la noche, y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.

Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros, y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar, y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.

Somos animalitos todavía, los varones machistas, y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes, y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza: nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.